Epicentros de diversidad y colaboración, los coworkings rurales atraen talento y dinamizan territorios en la intersección entre digitalización y Economía basada en la Naturaleza
Está sucediendo, por goteo, pero está sucediendo: cada vez más personas abandonan las masificadas ciudades rumbo al mundo rural. Los motivos son múltiples pero se resumen en dos: escalada de costes por un lado, pérdida de calidad de vida por otro. Sí, hablamos de la gentrificación, turistificación, centralización, contaminación o calor aumentado por el cambio climático. Básicamente hemos sobrepasado, de largo, la escala humana donde prevalece el sentido de comunidad y por tanto la búsqueda del bien común. Alejados de esa escala, los perjuicios del exceso y los intereses del capital superan los beneficios de la agregación de talento. En esencia, cuando no nos conocemos, en el anonimato de la gran urbe, dejamos de pensar en el otro, nos desconectamos de la tierra, sellada bajo el pavimento.
Volver, repoblar el mundo rural no es baladí. Romantizamos demasiado el campo como ese lugar idílico donde reina la tranquilidad y cantan los pajaritos. Esa imagen creada en el momento vacacional esconde una realidad difícil, dura en ocasiones. Una realidad de despoblación, éxodo joven, envejecimiento, pérdida de saberes tradicionales, reducción de servicios públicos y crisis climática. Y sin embargo en el medio rural está la llave de la biodiversidad, el agua y la soberanía alimentaria; de la Economía basada en la Naturaleza, eje vertebrador de la re-ruralización.
Entre tanto, no obstante, hay otra herramienta que puede contribuir a la revitalización rural y desmasificación urbana: el teletrabajo. Pero no el teletrabajo aislado en el domicilio, sin mayor interacción con la población local que la compra en el súper o la cerveza en el bar. Un teletrabajo en el seno de una comunidad de acogida, integrada a su vez en la comunidad local. He ahí donde los espacios de coworking rurales juegan un papel fundamental como pista de aterrizaje de “neoruralitas” que desean una vida a ritmo rural, pero sin renunciar a la diversidad cultural y dinamicidad empresarial características de las vibrantes urbes.
Si bien el fenómeno “coworking” de la actualidad, entendido como un espacio de trabajo compartido entre profesionales diversos, tuvo un origen urbano como una forma de mutualizar recursos para reducir costes, y sobre todo de construir relaciones sociales sobre las que erigir colaboraciones de valor para los miembros o “coworkers”; últimamente se ha distorsionado en las grandes ciudades al ser absorbido, en gran medida, por el mercado inmobiliario capitalista. Por otro lado, el coworking rural como movimiento emergente, de naturaleza más diversa, expresada en una gran variedad de contextos y peculiaridades locales, se ha mantenido más fiel a la misión original de fomentar la economía colaborativa.
En el caso español, el último informe de Coworking Spain, muestra una clara división entre los espacios de coworking urbanos y los rurales. Los urbanos por su parte se encuentran generalmente en grandes ciudades (Barcelona, Madrid, Valencia, Málaga, etc.), están dominados por unas pocas empresas/inversores que buscan en primer lugar maximizar beneficios gestionando múltiples espacios, y centrándose principalmente en clientes corporativos que alquilan despachos privados de empresa. Se trata de instalaciones bastante grandes, acaparando el 70% de los m² de coworking disponibles en España entre 277 espacios (25%) mayores de 1.000 m². Gozan de una alta demanda, alcanzando alrededor del 80-90% de tasa de ocupación, con un 86% dedicado a oficinas corporativas y solo un 14% a zonas de coworking como tal (puestos flexibles), lo que implica que el negocio principal son claramente los servicios premium a grandes empresas. Además, utilizan en gran medida la automatización en pro de la eficiencia y la reducción de costes.
En comparación, los coworkings rurales suelen disponer de instalaciones menores de 200 m², con 398 espacios (36%) representando solo el 9% de los m² totales. Tienen tasas de ocupación sustancialmente más bajas (en torno al 20-50%, según un muestreo propio), con alta estacionalidad y prevalencia de puestos de trabajo a tiempo parcial (algunos días a la semana o medias jornadas). Los dos tipos principales de usuarios son autónomos/micro-PYMES y profesionales de las TIC trabajando para grandes empresas descentralizadas. Como consecuencia tanto de la menor demanda como del menor coste de la vida en las zonas rurales, los precios son más competitivos: mientras que el precio de un puesto individual oscila entre 200 y 240 € al mes en los grandes coworkings urbanos, en los rurales suele ser inferior a 136 €, con una media general de 198 € en España. Por ende, los ingresos directos generados son muy inferiores, obligando a la tenencia en propiedad, así como a una fuerte diversificación de servicios y modelo de negocio, convirtiendo al coworking rural en mucho más: centro de formación, coliving, eventos culturales y de ocio, actividades de salud y bienestar, feria de economía local, etc., etc.
Todo lo anterior se resume en dos propuestas de valor muy diferentes: por un lado, los coworkings urbanos se presentan como el lugar de moda en la ciudad, albergando una gran diversidad de profesionales, y rebosando dinamismo, contenidos de calidad y actividades atractivas para emprendedores y agentes de cambio, en el caso de los más sociales. Además, ofrecen innovación abierta y una imagen de marca atractiva para las grandes empresas, fruto de la interacción con emprendedores y nómadas digitales en estos hervideros de creatividad cosmopolita.
Por otro lado, los coworkings rurales se centran en construir y nutrir una comunidad, dinamizando a tal efecto un ambiente íntimo, personal y familiar, con la socialización, el cuidado mutuo y la conciliación como pilares fundamentales. Igualmente, la escala humana facilita las sinergias y la cocreación de proyectos. Naturalmente, la misión misma de estos lugares (fomentar la economía colaborativa) se entrelaza con la misión de la comunidad local en torno al desarrollo rural sostenible.
Un análisis estratégico arroja los siguientes retos y oportunidades para el movimiento del “coworking rural”, labrando un futuro incierto pero seguro, difícil pero inevitable, en el seno de la Gran Transición. Entre los retos destacan:
- Culturales: la necesaria integración en y con la comunidad local, obliga a adaptarse a las dinámicas y expectativas locales. En ocasiones, falta mentalidad colaborativa en el medio rural, debido a poderosas fuerzas globales que despueblan y desconectan.
- Económico-financieros: la propiedad del espacio suele ser imprescindible para alcanzar la viabilidad económica. La inversión inicial requerida suele ser significativa para la persona o pocas personas fundadoras del proyecto. Además, en la mayoría de los casos, las ayudas públicas son inexistentes, insuficientes o inadecuadas, resultando en una infraestructura modesta (pocos m², pocas salas separadas) que limita, por tanto, la posibilidad de ofrecer simultáneamente diferentes servicios y actividades: coworking, reuniones, formación, eventos, etc. Por consiguiente, los ingresos directos generados son bajos o moderados, mientras que la carga de trabajo requerida es moderada o alta, lo cual dificulta la contratación de personal para la tarea clave: la dinamización de la comunidad; e implica frecuentemente riesgos a corto plazo y una viabilidad incierta a largo plazo.
Y sin embargo, contra todo pronóstico, los coworking rurales brotan como setas en otoño lluvioso, de la mano de oportunidades notables, avisando de un cambio sistémico en ciernes:
- Tendencias culturales: La “Gran Evasión” de la ciudad, escapando de sus excesos y calores, ya está en marcha, lenta pero segura. El creciente movimiento neorural, que combina lo mejor de ambos mundos (dinamismo urbano y vida rural apacible), encuentra comunidades de acogida, vitales para la resiliencia y la felicidad, precisamente en los espacios de coworking rural, terreno fértil para la generación de vínculos sociales, de verdadera economía colaborativa y de reconexión con la naturaleza.
- Diversificación económica: las zonas rurales a menudo abarcan nuevos mercados y nichos, con necesidades e intereses específicos por atender. Tal es el caso de la Economía basada en la Naturaleza como veremos, con el turismo rural y el ecoturismo como servicios de valor añadido, en colaboración con guías y empresas turísticas locales. Otro complemento muy extendido al coworking rural es el coliving, o residencia compartida para nómadas digitales.
- Formación y educación: la repoblación rural comienza capacitando a la nueva generación de profesionales en las habilidades, conocimientos y nuevos empleos que demanda la transición económica justa y ecológica del medio rural en curso. A tal fin, los coworkings rurales pueden ofrecer cursos prácticos especializados, en colaboración con universidades y centros de Formación Profesional.
- Proyectos colaborativos transformadores: la gran potencia del coworking, el rural en particular, reside en su capacidad de facilitar la generación de proyectos conjuntos entre sus coworkers, sumando expertises complementarios, multiplicados por el paraguas de la comunidad y del propio coworking articulador, como vía de escalado de impacto e ingresos adicionales.
En el próximo episodio abordaremos en profundidad el papel de los coworkings rurales como dinamizadores del territorio, y sus relaciones a tal efecto con los agentes clave (gobiernos locales, empresas, centros educativos, sociedad civil), con ejemplos y buenas prácticas concretas de varios espacios pioneros en España y Europa.
Continuará. La Revolución Rural.

Participantes del I Foro Europeo de Coworking Rural. Ribering. Noviembre 2024.